Ésta vez, no creíamos en ti. Al
menos no con tanto grado de devoción. Lo admito. Dudas sembradas en amistosos,
controversias en los ajustes del sistema y un leve temor –infundado- a la
pérdida del voraz apetito pululaban por casi todos los corrillos de la
analítica. Sí, lo sabemos, somos exigentes e inconformistas. Como se debe ser
con los mejores. Como se debe ser con los que poseen un ratio de productividad
cuya horquilla vestiría hasta a un punkie.
Y es que ayer, desde luego, saltaste de la raíz a las puntas. Alcanzaste tu
mejor versión, la que no habías mostrado en Polonia, ni tan siquiera en la
antesala ucraniana a la gran final, la que entregaste frente a Alemania en las
semifinales de Sudáfrica.
Os achacábamos la utilidad del
controvertido doble pivote, también concentrábamos los dardos en la necesidad
de la figura del ´9´. Pero íbamos más allá, trascendiendo esquema y piezas, entroncando la crítica con
el déficit a la hora de maximizar los recursos. Recursos que tú, Vicente, decidiste
sesgar en beneficio de una transición defensiva que ni un pallet de ladrillos pinkfloydianos podía derribar. Te
aplaudo, el fin acredita los méritos. También te soy sincero: el de ayer ha
sido el único partido de la selección con en el que he vibrado en el torneo.
Tuvo notas de la España de Aragonés, lo cual entra con chispas por los ojos y
muerde con incisivos en las entrañas del arco rival. Cierto que Prandelli ayudó
algo, tú te encargaste de aliñar al gusto del ganador: marcaje mixto a Pirlo
que impedía primer pase limpio, ahogamiento a la altura de sus interiores,
dominio posicional interior y rupturas sin balón. Rupturas, muchas rupturas.
Activadas por Iniesta y - por partida doble- Xavi en las estampidas de
Fábregas, Alba y Torres. Romper al hueco lateral-central es sinónimo de éxito
cuando gozas de los mejores peloteros para filtrar y trazar líneas imaginarias.
Un ritmo enérgico sin balón en ambas fases es conditio sine qua non de lo anterior. Se gana en posición más que en posesión. Ayer se volvió a manifestar.
Se ha cimentado la triple corona
consecutiva con el equilibrio sellado en todas las líneas. Iker Casillas es
puro déjà vu en grandes torneos. Manoplas voladoras bendecidas por el talento
del que escupe a sus evidentes defectos y los tritura con su diferencial
virtud: sus prodigiosos reflejos. No es un portero académico ni instructivo en
sus gestos técnicos, pero siempre está y decide en los altos duelos. Lo mismo
que Álvaro Arbeloa, guardián de las llaves en tiempos de guerra y aguador en
los de solera. Inteligencia competitiva y máximo exponente del conocimiento del
yo. Inmaculado táctico. Su quehacer es culpable indirecto del desplazamiento al
centro de Sergio Ramos y de su inscripción en el restringido registro de los
tres centrales más dominantes del panorama. Serenidad de león, motor inferior
de búfalo y vuelo de halcón para dominar en las alturas. Desquitarse de su
irregular temporada es lo que ha hecho Gerard Piqué en esta Eurocopa. Poderoso
en los cruces, autosuficiente en la conducción y sólido en el juego aéreo. La
ausencia de Puyol mudó de grave contratiempo a anécdota honorífica. Quién lo
iba a decir. Y quién nos iba a decir que Jordi Alba se iba a erigir en el
lateral más influyente del torneo y uno de los tres baluartes de la selección.
Profundidad exterior, dosificador vertical y velocista con cuchillo por testigo.
El descubrimiento en la tradicional posición vacante.
Traspasamos una línea y
nos vamos al mariscal silencioso de Tolosa. Xabi Alonso es el catedrático de la
ocupación de espacios. Técnico en prevención de riesgos e ingeniero de canales
en el pasillo central. La pierna que templa el tapete y activa con un único
pase a sus diez compañeros. Sergi Busquets su escudero. El hombre que ya puede
vivir sin Xavi. Darwinismo puro y duro en su trayectoria: de mero prolongador
en zona limitada a destreza estratégica para ampliar sus zonas de impacto.
Impacto, el que tuvo Xavi Hernández en la final tras un torneo gris. A caballo
entre los verbos escalonar y alinear. Sufriendo para incidir en la batida, como
pez en el agua con su batuta central. Juega al escondite con el balón, sin
riesgo de no salvar a todos sus compañeros. Conjugar a estos tres centrocampistas
y no solapar es tarea complicada, se gane o se pierda. David Silva bien lo
sabe, por ello administra a la perfección sus apariciones en los carriles, por
eso percute en el recibidor para descongestionar la jugada. Lo demás es cosa de
su facilidad para adherir la bola a la bota, de su pillería para hacer de media
baldosa una cocina. Y Cesc Fábregas secunda la moción del canario por dentro.
Tira de malabares como modus vivendi
cuando pisa área, se viste de trapecista en el alambre del fuera de juego para
otorgar la pausa, esas dos centésimas para optimizar la elección, es su modus operandi. Pausa
flotante que es Andrés Iniesta. De izquierda al centro, en los dominios del ausente Villa, trazando un movimiento
pendular que hipnotiza hasta cinco rivales, que cercan al jugador de tez pálida
en una estampa tribal. Si Xabi es el rey del desplazamiento y Xavi el rey del
pase, Iniesta es Greatest Hits en desplazamiento, pase, control y conducción. Esos
once han sido los más habituales, no los únicos. Ahí ha estado Fernando Torres,
el pichichi, el silenciador de sus
detractores. De virtudes y defectos marcados, nadie como él para decidir cuando
el balón rueda cual pastilla de Curling. Más necesitado de campo abierto para
soltar ese instinto salvaje. El torneo ha sido su bálsamo motivador para dar
carpetazo a una inmerecida racha. Jesús Navas volvió a hacer trizas con su
papel revulsivo para dar anchura y reciclar el embudo central. Es diferente,
encara por fuera y gana ventaja. No necesita más que unos metros para marear. Pedro
Rodríguez lo hace por dentro y por fuera. Es bullicioso y gana puntos en
aproximación a su rival. Pica como una avispa e incordia como una mosca. La
suerte en su trasero dibuja un trébol de cuatro hojas. Santi Cazorla es la
adecuación personificada. Ha mamado la misma filosofía y es carne de
aprendizaje fácil de los automatismos. Habilidad entre líneas. La misma que la
de Juan Mata para sorprender en zig-zag a espalda de los medios. Para
escurrirse de la marca y ser indetectable. Para ser la lanza de escudos como
Álvaro Negredo, que sin casar al 100% con la práctica de la prueba es útil para
zafarse y partirse la cara con cualquier defensa. No tuvo su oportunidad para
ello uno de los delanteros más decisivos en la pasada temporada, Fernando
Llorente. Únicamente, una breve intervención su compañero Javi Martínez.
Inéditos Victor Valdés, Pepe Reina, Juanfran y Raúl Albiol . Suyo también es
este éxito. De todos.
El fútbol descansa unos días. A la vuelta de la esquina,
los JJ.OO.. Atentos, varios de sus protagonistas estarán –si Dios quiere- en el
Mundial de Brasil 2014. El reto cada vez es mayor. Por eso, vamos a exigir más
a Del Bosque. Podemos exigir, ¿o todavía no somos conscientes del nivel de esta
camada?. Como una buena añada, ganará con el paso del tiempo y perdurará en las
mejores bodegas.
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